Escribe: Frida Olvera

Gerente de Economía Circular y Cambio Climático en POLEA.

En 1972, tras un arduo trabajo de negociación auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), con la asesoría del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS) y de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), fue adoptada la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural.

Los esfuerzos internacionales para la conservación del Patrimonio Mundial surgieron de la necesidad de proteger y restaurar las obras de arte, monumentos y sitios arqueológicos afectados durante la Primera y Segunda Guerra Mundial y posteriormente, el muy particular caso de los Templos de Abu Simbel, en Egipto, dañados por la construcción de la presa de Asuán. (Batisse & Bollá, 2005)

Paralelamente, surgió también una amplia preocupación por la conservación de la naturaleza, y también en 1972 se celebró la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, o Cumbre de Estocolmo, que significó la institucionalización a nivel internacional de la protección del ambiente. 

De hecho, se pretendía que una convención relacionada con el Patrimonio Mundial fuera adoptada en el marco de la Cumbre de Estocolmo, sin embargo, no se logró un consenso en torno al texto y alcance de ésta, puesto que los diversos borradores hacían referencia tanto a la conservación de la naturaleza, como a la protección de monumentos y sitios históricos, lo que para algunos parecía no tener cabida dentro de la materia de la Cumbre de Estocolmo y, en cambio, abogaban por la adopción de dos convenciones distintas, una para la naturaleza y otra para la cultura. (Batisse & Bollá, 2005)

Tras varias discusiones y gestiones, se acordó la redacción de un texto único que atendiera de manera equilibrada e igualitaria a la cultura y la naturaleza, para lo que involucró tanto al ICOMOS como a la UICN, y se englobó a estas dos bajo el concepto de patrimonio mundial (Batisse & Bollá, 2005).  La Convención tiene por objeto identificar, proteger, conservar y transmitir a las generaciones futuras el Patrimonio cultural y natural de Valor Universal Excepcional (VUE).

La Convención establece que se considerará como patrimonio cultural a los sitios que tengan un VUE desde un punto de vista histórico, artístico, científico, estético, etnológico o antropológico. Por otra parte, se considerará patrimonio natural a los sitios, ya sean monumentos naturales, formaciones geológicas y fisiográficas, zonas delimitadas que constituyan el hábitat de especies amenazadas o zonas naturales que, de igual manera, tengan un VUE desde un punto de vista estético, científico o de la conservación. 

Los Estados Parte tienen la obligación de adoptar las medidas, jurídicas, científicas, técnicas y administrativas adecuadas encaminadas a identificar, proteger, conservar, rehabilitar y transmitir el patrimonio mundial que se ubique en su territorio. (Convención para la Protección del Patrimonio Mundial Natural y Cultural, 1972, art.4)

Sin embargo, aún persisten muchos factores que ponen en riesgo el patrimonio mundial como los conflictos armados, la contaminación, la caza furtiva, la extracción de recursos, el terrorismo, la urbanización y el turismo no controlados, por mencionar algunos, y a ellos se ha sumado el cambio climático. (WHC, 2021)

De hecho, desde el 2007, la UNESCO y el Programa de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente (PNUMA), con aportaciones de la Union of Concerned Scientists (UCS), publicaron Climate Change and World Heritage, un informe que, entre otras cosas, señalaba los potenciales impactos del cambio climático sobre el Patrimonio Mundial, tanto natural como cultural. 

Este reporte apuntaba, en lo relacionado con el patrimonio natural, impactos sobre la biodiversidad terrestre, efectos sobre los ecosistemas montañosos, el derretimiento de los glaciares, y efectos sobre los ecosistemas marinos.  

El reporte identificaba diversos impactos físicos, sociales y culturales sobre el patrimonio cultural. Respecto a los impactos físicos, mencionaba que la evidencia arqueológica, los edificios históricos y sus estructuras, así como la madera u otros materiales orgánicos podían resultar gravemente dañados como consecuencia de cambios en la composición del suelo, la salinidad y la humedad, plagas, desertificación, inundaciones y rachas de viento, entre otras. Sobre los impactos sociales, mencionaba que el cambio climático, por sus impactos en los sistemas socioeconómicos, podría cambiar la forma en la que las personas se relacionaban con su entorno y, específicamente, con el patrimonio cultural, e incluso orillarlos a desplazarse, afectando así los esfuerzos o actividades de conservación. Y, finalmente, respecto al impacto cultural, señalaba que el carácter del patrimonio cultural se encontraba íntimamente ligado a las características del clima en el que se había desarrollado, por lo que cambios en éste amenazaban la estabilidad del mismo. (Colette, 2007)

Un reporte posterior, preparado también por la UNESCO, el PNUMA y la UCS, publicado en 2016 y titulado World Heritage and Tourism in a Changing Climate, no dudó en señalar que el cambio climático ya se había convertido en uno de los riesgos más significativos para el Patrimonio Mundial desde la adopción de la Convención en 1972. Adicionalmente, apuntaba al cambio climático como un multiplicador de amenazas, que exacerba la vulnerabilidad de los sitios Patrimonio Mundial a otros riesgos existentes (turismo, urbanización, etc.)

Estos reportes abonan a la evidencia de que el cambio climático tiene complejas—e interconectadas—implicaciones en diversos ámbitos del desarrollo y, por tanto, una atención decidida, integral y profunda es cada vez más urgente. En este aspecto en particular, ya se ha sugerido el integrar criterios de cambio climático en los planes de manejo de los sitios que son Patrimonio para su protección y, más aún, aprovechar el potencial de mitigación y adaptación del que gozan estas propiedades, y usarlos como laboratorios para la aplicación, prueba y mejora de procesos de mitigación y adaptación que puedan ser replicables. (WHC, 2008)

En palabras del ICOMOS (2019), “el Patrimonio Mundial representa tanto un bien que debe ser protegido, como un recurso para fortalecer la habilidad de las comunidades y sus propiedades para resistir, absorber y recuperarse de los efectos de las amenazas.” (ICOMOS, 2019, p.3)

Referencias